Angel Clemente Rojas



Nació el 28/8/44 en Sarandí. Con la Azul y oro disputó 220 encuentros, anotó 79 goles y obtuvo los campeonatos del 64, 65, 69 y 70 y la Copa Argentina del 69.

Con habilidad y desfachatez se convirtió en uno de los ídolos más grandes. A los 57 tuvo su partido homenaje en la Bombonera.

El pibe salía pasado el mediodía junto con su padre, el sol bien arriba y el cielo diáfano para esa postal porteña de domingo. Caminar apurados hacia la parada del colectivo, dos boletos hasta La Boca y a sentarse en un asiento del fondo. Momento propicio para que el pibe sacara de un bolsillo del pantalón largo- los cortos eran sólo para jugar a la pelota, en la vereda, en el cole, en la parroquia, en la cortadita de la vuelta de casa por donde pasaban pocos autos, en fin, jugar a la pelota- el recorte de diario de la mañana en donde estaban las formaciones de los equipos.

Y ahí sí, buscar ese nombre y apellido que en la vida del pibe producía magia en los sentidos: Angel Clemente Rojas, decía el diario, y muchas veces al lado decía también “o”, y ahí aparecía algún nombre del posible reemplazante. El pibe leía y volvía a leer, pensativo, hasta que escuchaba lo que esperaba, “quedate tranquilo, Rojitas va a jugar, hoy lo necesitamos y va a jugar”, decía el padre mientras le acariciaba la cabeza.

El pibe buscaba en otro bolsillo y sacaba entonces las figuritas, esa fabulosa constelación en donde la estrella más preciada era la de Rojitas. Había otras muy queridas, como la de Marzolini, el Beto Menéndez, Roma, Madurga, el peruano Meléndez y el Pocho Pianetti. Pero arriba de todos, la cintura mágica que fabricaba los grandes goles y la habilidad que desmentía frases hechas infundadas: que Boca era garra y nada más, que ´a la carga Barracas´, y demás versos folclórcos.

El colectivo llegaba a destino y la calle Brandsen era una línea recta poblada de gente que caminaba con pasos apurados.


El corazón del pibe se aceleraba a medida que se aproximaba a La Bombonera y los gritos de las hinchadas eran música de fondo de un domingo hermoso. La tribuna lateral de socios era el lugar elegido y allí el pibe asistía a todo ritual: los papelitos, el ´dale bo ´y los aplausos para todo el equipo.

Pero la mirada fija en el, que trotaba y posaba para los fotógrafos. Confirmado: Rojitas jugaba, y el pibe, que no sabía nada de los griegos, se paseaba por un rato por el olimpo.

Pisada, gambeta, cintura, gol. Todo estaba en ese jugador excepcional, que se había llevado los secretos de los potreros de Sarandí a las divisiones juveniles de Boca, hasta que Adolfo Pedernera lo pasó en cuestión de días de la tercera a la primera.

Rojitas, sentía el pibe, era fútbol puro, fútbol del mejor, y era de las entrañas de Boca. Mucho más adelante lo fundamentaría bien, pero ya sabía entonces que esas condiciones son las que hacen inoxidable a un ídolo.


1 comentario:

Anónimo dijo...

Muy bueno lo que haces segui asi me gusta mucho esta seccion muy linda