Jorge Comas























Nació el 9 de junio de 1960 en Paraná, Entre Ríos. Jugó en Colón, Vélez, Boca y terminó su carrera en el fútbol mexicano. Si bien arrancó como volante izquierdo, se consagró como wing.

A los 11 años salió a la calle a trabajar. De día, era plomero, verdulero, vendedor de pasteles o peón en construcciones de asfalto. De noche, comía pan viejo cuando no había otra alternativa para paliar el hambre. Hasta que el final de la adolescencia lo encontró detrás de una pelota de fútbol en Colón y, un año después, en la primera de Vélez, donde jugó cinco temporadas. En Boca el enamoramiento fue instantáneo: “Cuando entraba a la cancha me sentía poderoso, Gardel. Pateaba un penal y quería que fuera en el arco de la 12. Veía a toda esa gente y sabía que la metía. Con esa camiseta, al marcador se la mostrás, le hacés un caño, un amague y lo matás”.

Su leit motiv en el fútbol era amargarles la existencia a los de Núñez. Contra ellos fue un
goleador serial que los vacunó sin aspavientos el día que debutó en primera con Colón, les convirtió cinco en su paso por Vélez y otros tantos con la camiseta de Boca. Verdugo implacable, en cuanto pisaba el área-con su corte cubano y la camiseta Fate 0 del 11 planchado- River se consternaba. Icono del Boca de la segunda mitad de los años ochenta, sus goles alegraron 64 veces al pueblo Xeneize entre 1986 y 1989.

Sus festejos más importantes fueron contra River y sus gritos más exitosos los vivió en el verano del 88, cuando presentó en sociedad sus goles olímpicos: en Mar del Plata causó sensación cuando le metió uno a Pumpido y repitió a los pocos días ante Fillol.

Entre tantas alegrías, su mayor tristeza fue el penal fallado en el último minuto de un superclásico del 87, cuando mandó su tiro por encima del travesaño y frustró la chance de empatar el duelo. “Fue una tortura para mí. Pero ni en ese momento los hinchas me insultaron”.